lunes, 1 de diciembre de 2008

El cuento de un pueblito violado

por Filotela Cruz


1.
En un pueblo chiquito, él la miraba. Aguardaba al acecho. Cual perro frente a perra en celo, manipulaba el cilindro erecto y candente desde la complicidad de su carro.

Ella no sabía que aquel ojo obsceno avalaba lo que la natura le ha dado. Lo que no se gana con lechuga, y sí con levadura.

El foco eran sus piernas. Las que con aquella mini falda de mahón la hacían contonearse de lado a lado de la acera. Eran extremidades que mojaban vista y entrepierna.

La transparencia en su camiseta azul era aún mejor. Sus pechos flotaban con la libertad de no tener quien te amarre. Su pezón se dibujaba con la certidumbre de un claro color marrón. La t-shit se erguía con frío.

No era muy bonita de cara. Pero la sabrosura de esa anatomía apretada redimía la andana que se escurría entre encía y colmillo.

Su pelo largo, que a menudo amarraba con un pinche plástico, era castaño farmacia. Le quedaba bien. Otorgaba seguridad y coquetería.

Él se excitaba al examinar las curvas que no eran ajenas al chicho. Fijaba con sigilo sus pasos. Lo hacía en las tardes, como a las seis y diecisiete, con ropa de trabajo y olor a oficina de gobierno.

Primero fueron los jueves, luego los fines de semana. Hasta que todos los días sin falta. Al tiempo, ya ni la amnesia- ni la caneca- borraban la rutina de la mente del que se bellaqueaba con aquella.

Quiso conocerla. Compró leche detrás de su madre. Pidió el Combo Número Dos frente a su hermano en un restaurante de pollo frito. Robó sus pantis de encaje rojo que guindaban en el cordel del apartamento que compartía con dos amigas y un gato. La supo toda.

Un día, desde direcciones contrarias, él le sonrió como quien pasa y asiente con agrado el choque ocular. Ella ni pensó nada. Devolvió el gesto con un comprometido y cortés movimiento de labios.

Ambos aparentaron seguir sus caminos. Uno fantaseaba con el otro, y otro ignorando que uno se enfocaba en la seductora gota de sudor que viajaba por su cuello.

Ella dobló a mano izquierda, justo en la esquina del colmado con rico olor a pan horneado. Después de sentir que su presencia era imperceptible, él dio media vuelta. La siguió hasta que sus cuerpos chocaron con relativa violencia.

continuará....


(Inspirado en los lamentables sucesos con El Violador de Río Piedras)

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