sábado, 20 de junio de 2009

Graduada

Una amiga y yo. Ahí muestro mi Magna Cum Laude

Han sido días de graduaciones. Las ojeras y el desvelo estudiantil viajan en los recuerdos. Transcurrieron largas horas de Odiseas e Ilíadas. Desfiló el incestuoso Edipo Rey, quien tuvo que sacarse los ojos al saber que mató a su padre y luego se casó con su madre. Más tarde Freud hablaría de sus complejos. ¡El gran Edipo!, ese que conocí en la universidad. Amo la universidad, (es una confesión).

Qué bien que leí este texto de Sófocles en mi clase de Humanidades de primer año, la que con el nuevo currículo van a dinamitar. (Lo lamento por los nuevos, por los prepas). Tal vez nunca llegué a profundizar en las metáforas de esta tragedia griega hasta que comencé a reflexionar sobre los días. Era muy tierna e inmadura para entender muchas cosas.

Quién diría que tus años trasnochados se reducen a una simple medalla baratona. Mas me queda la satisfacción de que esa es sólo la parte tangible del cuento. Cuelgo en mi cuello, como el Cacique, el medallón que me distingue, que dice que durante el tiempo que duró mi bachillerato algo entró en mi cerebro.


Los que hoy salimos del claustro universitario también tendremos que-como el hijo de Yocasta- apagar nuestra vista para no observar la verdad, para no ver el “pelao” desempleo. Me quedo en el aire, como los miles de ex alumnos de todos los centros docentes del País que por estos días tenemos un título. Lo que es lo mismo que nada para las oficinas del mundo. Nuestras destrezas y el conocimiento adquirido no son suficientes. No hay espacio para acogernos. No es rentable. El universo está en recesión, en crisis.

Estos túneles de saberes que recorrimos, ahora se transforman en las carreteras taponadas de la vida real. Atrás queda no conseguir clases, lejos dejo las quejas y el reclamo de más secciones. Mis preocupaciones serán otras. ¿Mi título servirá para algo, o seré otro ente en la congestionada fila de los cupones?


Los egresados salimos a la calle casi con las esperanzas rotas. Nos violaron en la recta final. Y en Río Piedras no se sabe aún quién es ese ultrajador.

Cuando la esfinge nos lee el oráculo, no tenemos otra opción que la estoica aceptación. ¿El destino es traicionero? No, es simplemente el destino. Mira lo que le pasó a Edipo. Cuando está escrito, está escrito.


NOTA: le debo este pesimismo a las páginas que pasé en la UPR. Le debo a esas aulas. Le debo a las huelgas. Le debo a las buchas de la difunta carpita-ahora en Educación- por alimentarme entre clases. Asimismo, le debo muchísimo a esos profesores que hicieron la diferencia y me propusieron sin imponerme dogmas. Aunque tal vez le debo más a los que fueron unos mediocres, a los que faltaron a su misión didáctica, a los que nunca se aprendieron mi nombre y me trataron como un 801 más. Comprendí que no quiero ser como ellos, eso- para mí-es bastante.

La universidad me enseñó a pensar. ¡Enhorabuena!, como repitió y repitió, con su retórica vacía, Antonio García Padilla, el señor presidente. Vamos a ver dónde vomito todo esto que aprendí.

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