Hoy, más que ayer, esperé dos horas para pagar unas navajas en la farmacia. Frente a mí, los derrochadores amorosos se vestían, sin casualidad, de rojo. La cajera registraba los artículos de primera necesidad, no sé, alcohol, curitas, puntos de mariposa, escobas, Doritos, Goma Lion, Kotex, postales con muchos corazoncitos, chocolates, condones… La simpática muchacha, que pasaba lo que la gente traía en sus canastas colorás, también lucía una llamativa camisa carmesí con letras brillosas en su pecho: too sexy for you.
El día de San Valentín es, como el día de las madres; el del padre; el del estudiante (aunque este pasa casi desapercibido); Navidad; Reyes; etcétera; etcétera, otra fecha para marcar el pin number de la ATH. Es interesante ver cómo las sociedades de consumo concretizan el significado del amor. Cómo se le otorga un barcode a la emoción. Cómo se nos venden ideas, construcciones arbitrarias de los sentimientos. Cual autómata, compramos sin especial, sin exigirnos ni preguntarnos un miserable: ¿por qué gastamos?
¿Se chinga para satisfacer qué? ¿Un día del amor?; o ¿es amorosa bellaquera? ¿Se va a comer porque se quiere compartir la sobremesa?; o ¿para que alguien no diga: “nunca hacemos nada juntos”? ¿Se sale con cualquiera para disfrutar de la compañía?; o ¿porque no nos soportamos solos?
Poco a poco voy llegando a conclusiones. Poco a poco me doy cuenta que el mundo es una mierda, y los que vivimos en él, sin escapatoria alguna, nos resta embarrarnos de te quieros estériles y más caca.
Comprendí durante esa fila larga, colmada de esposos desentendidos e hipócritas, de jóvenes enamoraos y de mujeres recelosas en espera de cualquier rojo detalle, que, en efecto, si fuera bucha, aquella dependienta era too sexy for me. Tuve que comprarme unos M&Mes para no romper la armonía de la fila y, claro, para embarrarme las manos.
Un regalo:
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