lunes, 1 de junio de 2009

Maravilla


Ayer, me retiré al Yunque con la familia. Ya hacía bastantes años que no lo hacía. En las agendas, nunca hallábamos hueco para compartir en el río y entre la maleza (juntos). Me sentí feliz. Mojé mi cara en esa agüita rica, en esa agüita que revive muertos, los difuntos citadinos.

Hasta mi Lula nos acompañó en la travesía. Intuyo que se dio cuenta para qué finalmente funciona su cuadrúpedo cuerpo. Parecía un zahorí, brinca que brinca sobre las irregulares rocas. No está de más decir que ésta- la que tiene una vida de perra- tal vez menos perra que la de otros con una cuarta parte de su pelaje- también fue feliz.

Observando ese alrededor húmedo, verde, frío comprendí que debemos sacar espacios para reflexionar. Para alejarnos del estrés de la urbe y el temor al qué dirán. El bosque es gratis (por ahora).

Hoy, una sonrisa se impone en mi rostro más que cualquier cosa en el mundo, más que la ya notoria picada de mosquito en mi cachete derecho. Se siente bonito.

Posdata. Ya sé porqué el Yunque tiene que ser una maravilla.

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