Hipocondríacos

Antes de pedir un cubano sin pepinillo, a una descuidada se le ocurrió estornudar. No se tapó la boca. Se desató el pánico en aquella cafetería. Un señor sacó una mascarilla azul, cual hipocondríaco.

Como era lógico, los encorbatados y las doñas la miraron mal. Sintieron repulsión. La prehistórica billetera de la entrada le obsequió un pañuelo y le recomendó: “Muchacha, vete a emergencia, no vaya a ser que tengas la porcina, la cosa está mala”.

La protagonista mocosa de este relato sólo tenía una simple alergia. Nada que una Claritín o un buen té no pudieran remediar. Como la chica tiende a conocer su cuerpo, y máxime porque no se ha podido desvincular de las miles de noticias, exageradas en muchos de los casos, se pasó por el forro la invitación de la cándida vendedora de suerte.

Sin embargo, otro, un otro tal vez miserable, también tosió en ese recinto de harinas. Éste acató una sugerencia similar, fue al médico. Para su desventura, el chamaco perdió la vitalidad en esa sala de virus. La espera lo desesperó y la larga cola de hipocondríacos, sumado a un televisor con la imagen de Charityn, le dañaron sus horas. Según cuenta el señor Futuro, amigo de Galeano, el chico en varios días incubará una gripe, tan peligrosa como la Ley 7.

Hace tantos años como para ignorarlo, Pasteur concluyó: “Los hospitales son el principal foco de infección”. En resumen, si quieres faltar al trabajo y coger una licencia por enfermedad vete a un CDT.

Mas lo triste es que son miles los que no acuden al doctor teniendo una verdadera rompe pecho, padeciendo de una incuestionable bronquitis. Y no van porque no tienen los chavos, viven sin plan médico y deben pagarle a Hacienda lo mismo que al CRIM. Estos mueren a la espera de un seguro universal, y sin conocer la confirmación de un ser “honesto” que dirija el Departamento de Salud.

Me lo publicaron en el Buscapié de El Nuevo Día hoy