sábado, 5 de marzo de 2011

Ella

Mural dedicado a Antonia Martínez Lagares en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras.


La voz canta que su nombre es una historia que es como un alba. Esa misma voz entona, declara, con cierta certeza que esparce a través del micrófono, que los pueblos no perdonan. Que dizque la ley se ha de cumplir, para esos pétalos de sangre.

Y qué iba saber ella, Antonia, que llamaría las cosas por su nombre. “Asesinos” a sus verdugos.

Una bala, que salió del arma de un oficial de la Policía de Puerto Rico, alcanzó mortalmente a esta estudiante de 21 años que desde el balcón de un apartamento gritaba “asesinos”. Ella participaba del conflicto ante sí desde lo alto, con visión en picada, de la refriega entre estudiantes de la UPR y oficiales. Este hecho violento, macabro, condenable, tubo lugar en los alrededores del Recinto de Río Piedras.

Así mencionar a Antonia, es mencionar a Jacinto Gutiérrez, el cadete del ROTC que murió un año después en la UPR en otro choque entre facciones opuestas.

Mencionar a Antonia, es mencionar al mayor de los tres hijos de Juan Mari Brás, "Chagui", asesinado el 24 de marzo de 1976 a la edad de 23 años.

Mencionar a Antonia es mencionar a Carlos Soto Arriví y Arnaldo Darío Rosado, asesinados en 1978 en el Cerro Maravilla a manos, también, de la Policía.

De esta forma, pensar en Antonia es pensar mucho más. Es hacer balance de unos tiempos. En la muerte de Antonia reverbera el agite de esos años setenta en el país. Matizados por una realidad global, a su vez, caldeada por el conflicto en Vietnam, que culminó en 1975.

Un 4 de marzo, pero de 1970, Antonia Martínez Lagares perdió su vida. Se convirtió, ella, entonces, en el símbolo, en la mártir, de los movimientos estudiantiles y las luchas en contra del abuso policiaco, la represión estatal y sobre todo de la impunidad.

Porque impune quedó su crimen. Mas como canta la voz: los pueblos no perdonan.










+Columna publicada en la sección de opinión Buscapié en El Nuevo Día.


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