Foto que tomé durante la parada de Martin Luther King Jr. en Savannah, GA 2013. |
Por Karisa Cruz Rosado
Todo estaba echado a perder. Lo único que había para comer era un maíz genéticamente modificado y un pollo con hormonas. El agua estaba lejos de ser agua. La tierra estaba estéril. El aire se sentía pesado, difícil de respirar. El color gris del cielo no se iba.
Ante este panorama sórdido, triste, las manos habían perdido la fuerza para trabajar. No había energía, comida.
Con el tiempo, arribaron las protestas en aquella tierra con hambre. Las madres en agonía imploraban por un pedazo de pan, de verdad. Las amas de casa salieron a la calle. Querían cocinar con sofrito fresco. Había ganas de un buen tomate sano y unas chinas con semillas. Todo el mundo estaba harto de la gordura masiva provocada por tanta comida basura suministrada por una empresa dizque santa. Los ciudadanos ya no querían más diabetes en sus vidas.
El jefe de gobierno junto con los banqueros y los CEO’s de las grandes transnacionales se reunieron a puerta cerrada. Sus intereses ya estaban demasiado amenazados, era momento de hacer algo drástico. La emergencia se había disparado brutalmente. La gente ya no quería comer lo que ellos importaban.
Estas personas con poder ordenaron que las fuerzas de seguridad asediaran las calles. Se suspendieron las garantías constitucionales y se criminalizó la palabra orgánico. Se sacó del diccionario.
Entonces, las cosas se pusieron más violentas. La gente estaba desesperada. Tenían mucha hambre. Hambres diferentes. Hambres viejas. Hambres de alimentos que alimentaran.
Se fabricaron bombas caseras y los pupitres de las escuelas se transformaron en barricadas. El caos se dispersó por las redes sociales del mundo. Pero al poco tiempo el Internet dejó de funcionar.
De otras latitudes llegaron tropas militares de los aliados de la nación para asistir como refuerzo durante el periodo de revueltas. Claro, además vinieron para proteger sus respectivos intereses e inversiones en las grandes cadenas de supermercados.
El monstruo santo no tuvo compasión. Y empezó a correr la sangre. Hubo arrestos. Hubo desaparecidos.
La pena se apoderó de los hogares. Pero los revolucionarios no se doblegaron y ante la represión prefirieron morir de hambre.
Publicado en El Nuevo Día el 16 de febrero de 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario