domingo, 20 de abril de 2014

Semana Santa


Confirmado. Somos vulnerables, que sí, que lo somos, que sí, que morimos. La noticia de la muerte de Cheo Feliciano me sorprendió en la cama. En la rutina de siempre, prendí las noticias matutinas. Un periodista francés me dijo que Cheo había muerto. Acababa la  columna que entrego del mes. Ya estaba tarde, como siempre, así que le hice unos cambios muy viscerales, provocados por la mala nueva del momento. 

Cheo se había ido y de una forma tan trágica, y hasta estúpida, pensé. Un poste, un dichoso poste. No ponerse el cinturón, coño. Parece ser cierto eso que Gabriel García Márquez nos enseñó en su Cien Años de Soledad, "uno no se muere cuando debe, sino cuando puede."

Hacía unas horas ya de esta primera amarga sorpresa del día, cuando Iván me dice, porque lo acababa de ver circulado por Internet: Gabriel García Márquez murió. NO. NO. Y el tercer NO fue sin sonido. Silencio. No sólo Cheo Feliciano. También Gabriel García Márquez.

Gracias a la rápida distribución virtual de mensajes por todos lados, hemos leído cómo el mundo se vuelca ante estas muertes. Podemos leer la epístola que Rubén Blades, otro ser humano por el que he sentido una especial admiración, escribió para sus amigos Cheo Feliciano y Gabriel García Márquez. Podemos ver, además, las palabras afectadas que le dio al periódico El Nuevo Día durante el velorio de Cheo en el Coliseo Roberto Clemente de San Juan . Por su parte, Silvio Rodríguez también le dedicó unos párrafos a García Márquez, y expresó lo huérfano que puede verse ahora ante el fallecimiento del autor de El coronel no tiene quien le escriba (1957). 

Muchos, de distintas formas, hemos expresado nuestra pena ante estas noticias, ante esta actualidad, ante estas muertes de ídolos populares. Se ha activado una empatía colectiva ante el vacío que provocan las pérdidas físicas de estos seres queridos, inspiraciones, maestros, referentes, mitos, amigos, casi familiares o, sí, familia.  Es un dolor hondo insoportable.

Creo que con las mismas palabras que inicia Rubén Blades su carta, Iván y yo coincidimos en aquel momento sin decirlo: "qué jueves más jodido." De seguro mucha gente también lo pensó.

Nacemos y morimos. Lo más real de la vida es la muerte. La cantante dominicana Sonia Silvestre también se fue este viernes santo. Que en paz descanse se convirtió en el conjunto de palabras de la semana. La mamá de Chayanne también partió, o se mudó, como se refería a la muerte Facundo Cabral.

Ojalá Paco de Lucía toque un flamenco de bienvenida en la puerta del cielo. Y los reciban con flores amarillas y blancas. Los imagino. Pienso que toda esta gente llega a un sitio común. De fiesta. Se lo ganaron. Nos dejaron grandes razones para bailar, leer, cantar...vivir más feliz. O simplemente intentarlo. Alguna recompensa tiene que tener esto. Tanto trabajo.

NOTA:
Hoy es 4/20. Que suba el humo. Pongamos música, que no importen los ratones fuera de la malla o nuestras colas de cerdo. La lluvia parará. También las lágrimas. "Canta y olvida tu dolor...". 


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Semana Santa
por Karisa Cruz Rosado

La Semana Santa da noticias sobre la llegada de la primavera. Llueve. Siempre llueve.

Aquí truena. En todos sitios, y de distintas formas, se ha podido ver a un Jesucristo esbelto y de ojos claros cargando una cruz pesada. Se dramatiza su crucifixión y la agonía del trayecto, un calvario que se alegra con la buena nueva de la resurrección. Volvemos a ver las imágenes de este hombre que asume la salvación de gente malagradecida. Se le agradece. Oramos.

También lloramos. Este jueves santo amaneció de lágrimas. Una sensación de vacío honda y generalizada baña esta semana mayor. Dejamos de tener a Cheo Feliciano por ahí haciendo conciertos, discos y formándola. Toda la familia, todo el mundo, lo llora porque era un buen negrón.

Las gotas bajan del cielo a la tierra. Esta semana, al menos doscientas niñas fueron secuestradas en Nigeria. Al menos cien niños murieron ahogados en Corea del Sur cuando su ferry se hundió. Todavía viven el trauma los muchachos acuchillados en una escuela de Pensilvania.

Y la lluvia da hambre. Para algunos, la Semana Santa hace que las familias se reúnan a degustar banquetes. Los judíos de una forma, los católicos de otra y el que no sea ni una cosa ni la otra come lo que tenga. Si es que tiene algo.

El aguacero también puede pasar a un segundo plano. La Semana Santa da ganas de ir a la playa. Hay días libres. Uno se levanta tarde. No se lava la boca hasta el medio día.

Porque el agua para un poco. La Semana Santa nos obliga a que, además de oler las flores, paremos y sintamos el rocío que deja la lluvia.

Entre tanta cosa de Semana Santa, deberíamos echarle más semillas a los palos de lluvia. Hoy, que es Sábado de Gloria, con o sin familia, con o sin comida, con o sin playa, hagamos lo que Dios manda. Bailar, cantar, como haría Cheo, hasta que escampe, se vayan las nubes y veamos un sol. 

Para ayer sábado 19 de abril en el Buscapié de El Nuevo Día. Escrito el jueves 17 de abril a las 11:30 AM, Savannah, GA.

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Sonia Silvestre, EPD




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