lunes, 4 de abril de 2011

En la cafetería, como siempre

Otra vez en la cafetería de todos los días. Como siempre, a la misma hora. Me estaciono, donde siempre me estaciono, para entrar con mi cartera y mi maletín de trabajo en los brazos. Cargo con tanto motete para evitar que me rompan el cristal del carro por la computadora dentro. Uno vive con la perse, es la verdad. Entro por la misma puerta- por la única que hay- que todo el mundo entra. Hoy el ambiente parece tranquilo. Ricky Martin es periódico de ayer. Nadie habla de él. Se olvidó. Ya pasó el concierto.

Huele a pan, como siempre. Huele a café, como me encanta, y también como siempre. Las personas piden sus quesitos, engordan, como siempre. Los empleados de la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), los bellacos, ligan y comen su almuerzo a las nueve de la mañana, como siempre. El dependiente que me dice simpática, me saluda, como siempre. Sonríe, sonrío, como siempre.

La semana pasada me pidió el teléfono, creo que me quiere invitar a comer, no un sándwich. No le di mi número. Prefiero dejar nuestra relación como está, él tras el mostrador y yo con hambre al otro lado. Este muchacho, alto, fuerte, simpático, cada vez que me ve llegar deja todo lo que está haciendo para ayudarme. Para freírme una empanada de res si es que eso quiero para el almuerzo; o para buscarme azúcar negra, si es que café pido. Hoy me coló. Casi nunca hago uso de estos privilegios marginales, pero esta vez sí. Le pido una avena, como siempre; unas tostadas, no como siempre; un jugo de china, como siempre; y un café, siguen los como siempres.

En esta cafetería en Toa Baja, hay dos televisores, obvio, plasmas. Uno del lado norte y otro al sur del establecimiento. El que está al lado norte siempre está prendido con ESPN. Muchos, en especial hombres y los bellacos de la AEE, se quedan embobados viendo los highlights de los juegos del día anterior. Alguna que otra mujer también se emboba, el deporte es unisex, pero son las menos. Eso he notado. El televisor del lado sur siempre tiene programación "local". Despierta América en la mayoría de los casos. Tanto hombres como mujeres en la misma proporción se quedan eslembaos palpando a Chiquinquirá y sus nalgas, grandes.

Hoy me siento justo de bajo del televisor deportivo. Lo hago porque no quiero escuchar a los Tigres del Norte, o sus primos-gemelos, que son los invitados del mencionado programa de Univisión. A mi lado, una pareja de viejos. Aquí ya no hay como siempres. Es la primera vez que me encuentro con estos señores en la cafetería.

Él le da la comida a ella en la boca. Ella no puede dársela. Con el rabo del ojo, los miro. Estoy en ellos un rato hasta que por observar tanto, de lado, me quedo bizca. Me mareo. El señor se levanta de la silla. Como lo veo tan viejito y delgadito, pienso que debo ayudarlo. Mas no. Él me dice que no me apure, “que lo bueno de ser flaco es que cabe por todos lados”. La señora, con sus manos encorvadas, permanece en la silla. Tiene las uñas a medio pintar. Imagino que el señor se las pintó, ella no podría, se nota. Él llega con un envase para guardar las sobras. Vuelve y se sienta junto a ella. La besa, la abraza. Todo eso veo. Cuando ya no puedo más, hablo. Invado su intimidad. Qué bueno que lo hice. Qué bueno que me senté al norte, bajo el televisor (los Rangers de Texas ganaron 5-1 a los Red Sox).

No sé si mi pregunta fue impertinente, pero quise hacerla. ¿Son esposos? Él me dice que no formalmente, que llevan juntos 35 años sin haber necesitado casarse. “Si tú hubieses visto como esta mujer bailaba”. No me lo dice, pero creo que así ella lo conquistó a él, con el baile. Porque todo comenzó bailando, como canta la canción. Ahora este señor de ojos azules, vidriosos, con un golpe en el párpado izquierdo, lo vi cuando nos miramos fijamente, cuida a esta señora con Alzheimer, que no puede comer sola el pan sobao de la cafetería. No le quedan casi dientes. Y sus manos no tienen fuerzas para levantar ni una miga de pan. El señor me dice que donde hay amor todo es mejor.

“Hay vida, nena, donde hay amor. Tú sabes de esa gente que mete a sus viejos en un asilo y que pasan los años y no los van a ver. Eso es un crimen. Ahí no hay amor. Yo nunca le haría eso a ella. Porque aunque no se dé cuenta, por su enfermedad, yo la amo”.

Me conmuevo como hace mucho tiempo no lo hacía. Callo. No lloro, pero poco me falta. Me despido. Debo irme, digo. Recojo y boto mi basura. Salgo por la puerta, por donde entré. Y entraré, como siempre.


1 comentario:

Christian Ibarra dijo...

“Hay vida, nena, donde hay amor" esto podría ser parte de una canción de Maná, pero con este señor es otra cosa, lindo, ká. un beso, como siempre